Nesta parte Mayte Sancho y José Félix Martí Massó conversam sobre mercado de trabalho, memória e infantilização da velhice
J.F.M.: Algo que me sorprende es la facilidad y la alegría con la que la gente se jubila. Yo entiendo que el trabajo para mucha gente debe de haber sido una carga muy importante, porque está deseando jubilarse y dejan el trabajo con alegría y pasan a disponer de su tiempo libre.
Yo, en este momento, estoy en mi última fase de época laboral y en el hospital termino en agosto, me cortan el paso y dejo de poder actuar como médico en el hospital. En la universidad, ya veremos, puedo pasar a una situación de catedrático emérito, que es una situación con pocas responsabilidades laborales. Pero veo que a la gente no le preocupa demasiado, y a mí sí me preocupa. Bueno, ¿qué hago con toda mi riqueza profesional y mi experiencia de aquí en adelante?, ¿cómo puedo plasmarla en algo que siga siendo útil a la sociedad? Y es algo que yo creo que en general se tiende a descuidar. Mucha gente corta y no les importa nada el dejar su actividad profesional para siempre.
M.S.: Yo no sé si no les importa nada o realmente se incorpora una vez más a esta especie de carro en el que la jubilación es solo liberación, y, por lo tanto, después viene el júbilo, como su propio indica. En este momento estamos viendo a miles y miles de personas que tienen muchísimo que aportar y que no tienen un cauce. Yo también estoy en esa situación prácticamente. Es una pena, has ido acumulando un montón de conocimiento y de criterio, y de pronto eso ya no se comparte, no se ofrece, no tiene valor... ¡Fíjate lo importante que es en relación a los estereotipos de la vejez!
J.F.M.: Buscaremos formas de utilizarlos...
M.S.: Si no nos van a venir a veces dadas, seguramente.
¿Hay ventajas objetivas en la positividad vital o es solo un tópico de manuales de autoayuda?
M.S.: Yo creo que cada vez hay mayor evidencia sobre la importancia de la actitud ante la vida. Cuando se puso tan de moda el paradigma de envejecimiento activo, difundido por la Organización Mundial de la Salud, hace no tanto, no llega a veinte años, se intentó evidenciar cómo determinadas actitudes o posiciones de personalidades en la vida pueden de alguna manera alargar la vida, pero sobre todo pueden ofrecer una vejez mejor. Y una de ellas es esta: digamos, la actitud positiva; y hay otra que creo que es tan importante como esa que es la que llamamos el compromiso con la vida. Compromiso con la vida: parece que cada vez hay mayor evidencia de que es un buen indicador de la longevidad. Pero quizás el sabio en esto eres tú.
J.F.M.: Hay una cosa que valoro de una forma un poco diferente quizá. Cuando veo la apatía, la falta de ilusión, la falta de interés, la falta de iniciativa de algunas personas, siempre pienso: “Esto es un síntoma de una alteración frontal que va a desembocar dentro de unos años en una demencia con cuerpos de Lewy, en una enfermedad de Alzheimer o en una encefalopatía vascular”, y en eso casi nunca te equivocas. Es muy frecuente que estas personas mayores con apatía, que ya tienen un deterioro cognitivo importante, a las familias, si son varones, no les llame demasiado la atención, pero si son mujeres sí, porque dejan de poder seguir haciendo las labores de casa con eficacia y con eficiencia. Por lo cual, yo creo que esto es un síntoma. Cuando veo a la gente que mantiene la ilusión, que mantiene la iniciativa, que sigue siendo curiosa intelectual y quiere seguir aprendiendo —siempre digo que el aprender es un placer—, pienso: “Este tiene el lóbulo frontal intacto”. Es verdad que dentro de la población normal también hay personas que son más curiosas desde el punto de vista intelectual, que tienen más ilusión por las cosas, y estas personas sí tienen ventajas a la hora de envejecer más saludablemente que las personas que no son así.
M.S.: Sin duda.
La impresión de que al final de la vida el círculo se cierra y la persona mayor vive una especie de segunda niñez, ¿es un mero espejismo o tiene algún fundamento?
J.F.M.: Un neurólogo amigo y profesor, Lluís Barraquer i Bordas, hizo la tesis doctoral aproximadamente el año 1965 dirigida por el profesor Julián de Ajuriaguerra sobre las apraxias constructivas en los enfermos con demencia que llegaban a tener una fase regresiva similar a la que el niño había adquirido desde el punto de vista evolutivo, ellos lo hacían en un sentido inverso. La verdad es que era atractiva la hipótesis, pero yo creo que no es real en muchas ocasiones.
Ahora, cuando vemos cómo se desintegran los pacientes, sus aspectos motores o sus aspectos cognitivos, muchas veces creo que no tiene ninguna semejanza con el niño. Si comparas un anciano demenciado, torpe, con dificultad para moverse, triste, con un niño, móvil, ágil, cómo va adquiriendo las cosas... cuesta entender la relación que hay entre unos y otros. Pero es verdad que hay aspectos de la regresión personal que sí tienen cierta semejanza, de alguna forma, con la vuelta al inicio: la desinhibición que a veces hay desde el punto de vista del control, o, por ejemplo, cosas tan curiosas como lo que llamamos risa y llanto espasmódico, es decir, un anciano puede con un síndrome pseudobulbar pasar de la risa al llanto de una forma similar a la que hacen los niños por falta de control aún de la musculatura facial que controla la emoción... Hay algunas cosas que son curiosas y que pueden ocurrir así, pero, en general, diría que esto es un símil un poco artificial.
M.S.: Yo iría un poco más allá. Creo que con independencia de las constataciones que se hagan en el ámbito de la enfermedad, en el ámbito patológico, asociar vejez a infancia es una tendencia peligrosa, por no decir muy peligrosa. De hecho, la infantilización de las personas mayores está considerada dentro de la clasificación de malos tratos de la Organización Mundial de la Salud como una situación de maltrato. Pero sí creo que es importante insistir de manera clara que los mayores no son como niños, los mayores son personas que tienen una historia detrás y que de alguna manera esa historia continúa a lo largo de toda su vida hasta que mueren, a no ser que aparezca determinada enfermedad, entonces ahí estamos hablando de personas enfermas. Pero en personas no enfermas, nada que ver infancia con vejez. Porque, normalmente, esa conducta que está muy observada, infantilizar a una persona mayor, detrás lleva un trato inadecuado, porque “como es un niño” mando sobre él, puedo tomar decisiones sobre esta persona, cuando, en principio, no tengo ningún derecho a tomar decisiones. Esto lo vemos en conductas cotidianas cada día, ahí sí que puedo decir desde la observación que es impresionante. Esto genera, va construyendo, un trato infantilizado que de alguna manera anula la capacidad de opinión, de decisión, las preferencias , los deseos de esa persona y por lo tanto su dignidad, que es lo más importante, con lo cual yo ahí soy radical: ¡vejez e infancia, no!
J.F.M.: Me parece bien. Decir “se ha vuelto como un niño” para en el fondo justificar un trato inadecuado en esta persona... Me parece que es correcto.
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